Crónica de la noche lluviosa en la que la banda holandesa de metal sinfónico hizo su primera presentación en suelo salteño. Fue ante una sala casi colmada y sin mayores sobresaltos.
Especial de Rodrigo España para Radio Dinamo.
Pasadas las 19 en la puerta del Teatro del Huerto hay una línea pegada a la pared con una decenas de personas -tal vez un centenar- más por la llovizna intermitente que por otra razón. Un flaco alto, de remera blanca, que le hace juego con los auriculares también claros y contrasta con el guante negro con tachas y el choker, agita una cerveza en lata al son de un ritmo inescuchable, salvo para él. Es, de todas las personas que fuman y esperan, definitivamente el más descontrolado. El resto de la fila espera pacientemente para ingresar al recital de Epica, la banda de metal sinfónico oriunda de Holanda que por primera vez llega a Salta, al norte argentino en la gira The Ultimate Principle, presentando The Holographic Principle y The Solace System.
En la vereda del frente, otra fila se apega a la pared, también esquivando el agua. La confusión del tráfico se acrecienta por la hora: bocinazos, frenadas, un pichi con la remera de Iron Maiden se cruza de golpe y casi se lo lleva un auto blanco cuyo conductor no dice nada y se limita a gesticular cuando ve que hay una horda metalera en las sombras, brillando con el reflejo de las luces bajo los árboles. A nadie le importa demasiado el incidente, y el ingreso al teatro sigue su lento caminar. Al final de la fila, que no llega hasta la calle Belgrano, dos personas ofrecen remeras de la banda tratando de salvarlas del agua, tienen un paño pero nada que les haga de techo. No parecen vender demasiado.
La fila en el hall sigue formada, la puerta que da al interior del teatro todavía no está habilitada pero nadie parece impacientarse. Dos patovicas cuidan el ingreso. Algunas personas que parecen ser de la organización corren de un lado para otro. Alguien entra con una bolsa llena de remeras, seguramente para reacondicionar el stock.
La espera va de la mano con el comercio, cada vez son más las personas que se acercan al mostrador para comprar cedés a 200 pesos, o la promo de dos cedés más una remera de la banda por 700. Al lado, un afiche gigante hace de fondo para selfies y fotos con poses metaleras, que generalmente son los dedos en forma de cuerno y mirada desafiante. Son casi las 8 y la fila ya está avanzando, en orden y sin mayores contratiempos. El público es variado, hay personajes caricaturescos, casi disfrazados, otros menos exigentes con su atuendo, también hay gente mayor que porta orgullosa remeras de recitales pasados, e incluso adolescentes y uno que otro niño que fue llevado por sus padres, también metaleros. Muchas remeras negras, muchas remeras de la banda, nunca falta alguien con la casaca de Misfits y el manija de blanco de la puerta vuelve a salir cantando y agitando. Afuera prende un cigarrillo y sigue el agite, pero ya no tiene los auriculares puestos, seguramente atento al sonido del interior del teatro que indique el inicio del show.
Mientras se acerca la hora pautada para el inicio del recital, salvo la gente que fuma, podría decirse que ya todos están adentro. Un casi adolescente llega corriendo y con rostro preocupado, pregunta por entradas en la boletería, le informan que todavía quedan, suspira aliviado y peina sus cabellos cortos, parados y llenos de gel. Pasa varios billetes de 100 por la ventanilla y cuando le dan la entrada, la besa y lleva hacia el cielo como si fuera una hostia sagrada. Se le nota la alegría en el rostro. Los integrantes de la banda pasan por un lado, el poco público que queda en el hall los saluda, pero no reciben respuesta, salvo una mano levantada en pose metalera. Simone, Simone, grita alguien que agita un celular. No hay respuesta.
Entramos a la sala con los primeros gritos del público. La banda ya está en el escenario. Las últimas 4 filas de la parte baja del teatro están prácticamente desocupadas, salvo por esporádicos asientos que entre personal del teatro, gente de la organización, técnicos de sonido/luces, periodistas, y una pareja de cincuentones ocuparemos por el resto del recital. Es donde menos agite hay, salvo por la pareja que no para de levantar las manos y cantar (o hacer como que cantan) cada una de las canciones. Él tiene corte de policía, y ella lo lleva largo, rubio y suelto. Ambos sacuden la cabeza como para sacarse el agua de las orejas cuando se las tiene tapadas por la pileta. Es un headbang frenético y poco ortodoxo, pero efectivo. Adelante, casi en primera fila, el manija de blanco está en éxtasis. Y como él, hay varios más.
El inicio del recital es a todo trapo, agite de pelucas y doble bombo. Celulares grabando, más de los que se podría necesitar. Muchas personas transmitirán en vivo este recital, casi entero. Se los ve con el celular en la mano, atentos a la pantalla, mirando todo por la pantalla. Mirando la banda que tienen al frente, pero por la pantalla.
El escenario es modesto, una bandera gigante que dice EPICA es el telón de fondo, las luces harán el resto. Cada integrante se ubica en un nivel distinto del escenario, hay tres niveles y cinco integrantes: Ariën van Weesenbeek, en batería, a la derecha arriba, de donde casi no se va a mover el resto del recital; Coen Janssen en las teclas a la izquierda, no paró de moverse, tirando pasos, haciendo muecas, movimientos raros y todo ayudado por un artilugio que hacía girar el teclado, al punto que por momentos si se quitaba el metal sinfónico y sobreponíamos una canción de Volcán, los saltos y patadas de Coen igualarían el ritmo. Simone Simmons, como no podía ser de otra forma, se plantó al centro del escenario, aunque lo recorrió al igual que Mark Jansen, en guitarra y voz; Isaac Delahaye en la guitarra principal y Rob van der Loo en el bajo.
El despliegue de la banda fue el de rigor en estos casos: el show completo, con algunos clichés, como mover las luces de los celulares al unísono o hacer participar al público con cantos futboleros, la demagogia de la bandera argentina a la mitad del recital y un momento de confusión en el que Coen Janssen comenzó a agitar para que todos bailaran, luego de mencionar que eligieron venir a Salta porque les cosas muy locas de esta ciudad, aunque como lo dijo en inglés, todo quedó en nada.
Simone Simmons agradeció muchas veces en español, y se pudo apreciar la potencia de su voz con mayor claridad en un par de segmentos que tuvo en casi soledad sobre el escenario, donde las luces jugaron un papel importante, creando la atmósfera necesaria con matices cálidos en momentos etéreos, ambientales, y con la cacofonía lumínica no apta para epilépticos cuando irrumpía la guturalidad de la voz de Jansen. Hubo un par de intervalos breves, pero podría decirse que Epica no paró de tocar en todo el recital, hablaron poco e hicieron menos alarde de labia de lo que podría esperarse, tal vez por su poco conocimiento del idioma, salvo las contadas excepciones mencionadas unas líneas atrás.
El sonido en la sala estuvo dentro de lo esperable, no tuvo una nitidez total pero se dejó escuchar con bastante claridad. Tal vez un par de puntos menos fueron las grabaciones de coros y segmentos de cuerdas, lanzadas desde la consola principal, aunque no le restaron potencia al resultado final. La combinación de vuelo en la voz de Simons y la podredumbre de algunas guitarras de Delahaye o la voz de Jansen, lograron su cometido. La base de bajo/batería estuvo siempre presente, a tono y potencia requeridas. Técnicamente, no se puede objetar mucho a la banda.
Si bien en la performance de Epica no pareció faltarle nada, tampoco fueron algo fuera de lo normal, como muchos fanáticos asegurarán. Son músicos talentosos, eso es evidente, y rodeados de condiciones profesionales, pero de todas maneras no superaron algunas instancias repetitivas de la escena, aunque funcionales a un show de este estilo, al no salir de la fórmula programada aunque en su sonido a veces coquetean con lugares cercanos al metal progresivo y la amalgama de subgéneros varios.
En definitiva un recital como se espera en estas circunstancias, que duró lo justo y necesario para repasar casi en su totalidad las dos últimas placas de la banda, que en realidad pueden contarse como una sola, porque todas las composiciones fueron trabajadas y juegan dentro del mismo elemento sonoro y búsqueda lírica.
Afuera del teatro caía una llovizna empedernida. Uno de los que vendían remeras estaba sentado, apoyado contra la pared. Su amigo ya no estaba. Dos pichis al frente le peleaban al agua con una birra en la mano.
Epica sigue gira, hoy rumbo a Brasil.