Después de un par de meses, Los Espíritus volvieron a tocar en Salta. En dos horas hicieron bailar, cantar y saltar al público. Acá te contamos detalles del show.
A las 10 menos cuarto, afuera no había casi nadie. El clima era agradable, solo una campera bastaba para no sentir frío. Por la Avenida Paraguay, a esa hora, el tránsito era intenso. Vehículos de todo tipo se apoderaban del panorama si mirabas para la ruta: apurados se dirigían del centro al sur de la ciudad. En cambio, sobre la calle paralela, que va a terminar al Río Arenales, al parecer no pasaba nada. No había pibes tomando un trago ni banderas ni vendedores ambulantes, solo autos estacionados se veían y a lo lejos personas deambulando al final del callejón. En las boleterías menos de una docena de personas esperaban para comprar sus entradas.
Adentro, si bien no estaba que rebalsaba de gente la parte de abajo estaba llena con un público de veinti-pico para arriba. El lugar era un típico boliche: pista con la tradicional bola plateada colgada en el centro, tarimas, dos barras, las cuales no solo ofrecían cerveza, sino vinos espumantes e incluso champagne, y un escenario de tres pisos sumado a las luces bolicheras. La estética de afuera, con el callejón que te lleva a la vera del río, claramente era más coherente con el sonido western de algunas canciones de Los Espíritus. Igual no importaba: la banda volvía a Salta luego de su visita el año pasado cuando hizo explotar el Zumba y lo que menos importaba era si el lugar- donde ya tocó Massacre y Jóvenes Pordioseros en otras oportunidades- tenía onda o no.
El show comenzó puntual, pasadas las 10 de la noche y la lista de temas fue diferente a su última presentación. Al principio se destacó Mares, que suena una mezcla de blues-funky, La Mirada, canción con un aire a Money de Pink Floyd; Perdida en el Fuego y para subir sonó La Crecida y Noches de Verano. “Como esas noches de verano llenas de felicidad (…) tenía amor en el horizonte todo estaba bien”, se escuchó fuerte cantar como si fuera un deseo de volver a estar en una situación que ya no está.
Hasta ahí, la banda llevaba de menor a mayor el recital y el público ya en trance bailaba y aplaudía contento. Llegó el turno de “Negro Chico”, “Jesús Rima con Cruz” y pegado “El Gato”, temas donde se quedan improvisando largamente. “Pasa lento el tiempo/lento el tiempo para mí”, corea la banda al medio de la especie de JAM donde predomina la percusión. Es el momento más alto y se asemeja a un recital de Los Piojos. Siguen con “Vamos a la luna” y hacen una pausa.
Vuelven con “Huracanes”, “Jugo”, y cierran con “La rueda que mueve al mundo”, un show de alrededor de dos horas, donde hubo mucho de sonidos afros, acompañados de algo de blues y psicodelia.
Con sus camisas hawaianas y un pulido repertorio, Los Espíritus demostraron que siguen fuertes. Sin ser lo más original, retomando ritmos que ya funcionaron en el rock nacional, la banda demuestra que se puede ser una de las propuestas más atractivas del momento, sin ser unos músicos virtuosos. Solo creando climas y atmósferas con letras sencillas, un bajo preciso, una guitarra acústica de fondo, el wawa criterioso de Maxi Prietto y los arreglitos de Miguel Mactas en la otra guitarra.
8 años tocando no han sido en vano para los porteños. Eso dejaron en claro el viernes pasado y todos salimos conformes.