Más de 20 mil almas vibraron en el Autódromo Martín Miguel de Güemes y fueron testigos de la mejor presentación de la banda, que desplegó un show con una estructura descomunal. Todos se fueron con una sonrisa de oreja a oreja. Por Mariano Arancibia
¡Por fin! Tuvo que pasar una eternidad para volver a escuchar a la banda más importante del rock nacional. Sí, a la banda que sigue en pie y que ha ocupado el lugar que los Redondos dejaron vacante en el país. La misma que ha marcado a toda una generación de humanoides argentinos. ¿Quién no ha quedado atrapado después de escuchar el estribillo de Hablando de la libertad?: «morir queriendo ser libre encontrar mi lado salvaje».
El show fue- salvando las distancias y la mínima grilla- nuestro Cosquín Rock en una tarde-noche con un clima esplendido. Fue el desahogo después de tanto tiempo sin eventos de tamaña envergadura. Fue el demorado banquete que rompió el parate generado por la devastadora pandemia e hizo ilusionar a la sedienta escena rockera local.
En dos horas, la banda descargó una energía apabullante con un repertorio que combinó canciones de su reciente trabajo discográfico «Alejado de la Red» y sus mejores himnos. Desde su llegada fue todo de película; emulando al icónico filme de la década del 60 “Busco mi Destino”, ingresaron a suelo salteño motorizados, no con el objetivo de asistir al carnaval de Nueva Orleans, como Dennis Hopper y Peter Fonda, sino para hacer rugir su propios riffs entre el cielo y las montañas.
Se sacaron fotos con la gente. Hicieron culto a su humildad y su filosofía; mientras asistentes, plomos y técnicos montaron una gigantesca estructura para el recital. Toda la puesta en escena- sonido, luces y escenario- fue una demostración de una cuidada planificación meticulosa.
Como de costumbre, la inoperancia de la policía fue parte del mal trago de aquellos que sufrieron el maltrato y la humillación de los uniformados que no dudaron en hacer abuso de poder.
Tan típicamente salteño como las empanadas, la violencia policial marcó la jornada del sábado 5 de marzo. Hubieron varios hechos que encienden luces de alarma sobre el inoperante accionar de la fuerza policial de la provincia.
El testimonio del periodista Roberto Gramajo fue una de las pruebas del atropello: brutales golpes, fueron parte de lo afirmado por el comunciador que la ligó. Fue víctima de la violencia del mal accionar policial que se repite recital tras recital. Otra vez estuvieron desbordadas las fuerzas policiales.
Un párrafo aparte merece la barra adentro: comprar una lata de birra a $700, no cabe otra mención que, dicho en criollo: «fue un choreo». Y más aun cuando la larga fila parecia a la de un cajero el día que depositan a la administración pública. La policía complicó en demasía esto. Al final del recital, afuera se ofertaban 3 latas por $400. Fue un robo absoluto el precio adentro del predio.
Más allá de lo que puede ser mejorado, el saldo de La Renga en Salta es altamente positivo, no solo por lo vivido en una histórica jornada, sino también porque despabiló a una plaza aletargada y nos deja expectantes para que más eventos culturalmente significativos puedan llegar a nuestra provincia.
Y seguir demostrando tal como lo escribió Neil Young: El rocanrol no morirá jamás.
