jueves, noviembre 21, 2024
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    Masacre en el Pabellón Séptimo

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    Efemérides Necesarias: por Fernando Barbaran

    El 14 de marzo de 1978 murieron en el Pabellón 7° de la Unidad 2 de la cárcel de Devoto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sesenta y cuatro (64) presos comunes quemados, asfixiados y baleados, otras decenas de reclusos sufrieron graves heridas físicas y psicológicas, y centenares de presos políticos o comunes sufrieron las consecuencias de esa masacre mal llamada motín.

    Este acontecimiento tuvo lugar en el medio de la Dictadura Cívico-Militar iniciada en 1976 y a tres meses del Mundial de Fútbol. Como se sabe, las persecuciones, los secuestros de personas, jóvenes desaparecidos, masacres de presos políticos, eran moneda corriente durante esos días. Los abusos de los militares, si los hacían libremente en la calle, dentro de las cárceles no iban a ser distintos, sino peores.
    Ante las miradas internacionales de los organismos de Derechos Humanos y con la proximidad del mundial, la Junta Militar buscaba tener la Cárcel de Devoto como la “prisión vidriera” donde pudieran mostrar que los presos vivían en condiciones dignas. Muchos periodistas y observadores recorrieron Devoto durante ese año. Pero, las detenciones masivas de la Dictadura habían sobrepoblado la cárcel y en el Pabellón Séptimo de Devoto, dispuesto para unos 60 a 70 presos, vivían 161. Aparte de presos comunes había grupos de presos políticos, presos viejos, delincuentes famosos, algunos “vip” como Celestino Rodrigo, entre otros. El hacinamiento y la mala infraestructura provocaban cientos de problemas diarios.
    Como dije previamente, si en la vía pública los militares hacían lo que querían, detrás de las rejas no iba a ser distinto.

    Qué sucedió en el Pabellón Séptimo

    En el Pabellón Séptimo vivían algunos presos que fueron claves para reconstruir la historia. Estaban Hugo Cardozo, testigo fundamental de la masacre; Horacio S. quien le brinda un relato de lo sucedido a Elías Neuman que lo vuelca en el libro “Crónica de muertes silenciadas”, del cual a su vez el Indio Solari escribe la canción “Pabellón Séptimo (relato de Horacio”); Luis María Canosa, un joven platense vocalista de la banda Dulcemembriyo quien compartió experiencias artísticas con Solari, Beilinson y Carmen Castro al cual le dedican la canción “Toxi-Taxi” quien murió durante la masacre; Jorge Tolosa, un reconocido presidiario por llevar varios años detenido, muy querido y respetado, había llegado al pabellón hacía pocos días y no tenía cama asignada, ni él la había exigido. Estos presos comunes nombrados y tantos otros habían hecho del séptimo un pabellón no violento que estaba por ser declarado “de conducta” lo que implicaría gozar de ciertas libertades.

    Entre la noche del 13 de marzo y el 14 de marzo de 1978 todo el pabellón estaba viendo una película que se transmitía por televisión, la cual entre las pausas publicitarias y la presentación se extendía su horario y no iba a terminar a las 00:00 horas, momento en que se les apagaba el televisor a los presos. A las 23:30 llegó el celador del pabellón, Gustavo Zerda, y ordenó que apaguen el televisor para poder dar los nombres de los presos que debían ir a tribunales la mañana siguiente. Nadie le hizo caso y en la segunda advertencia, Jorge Tolosa le contestó a Zerda que lo deje en paz. Zerda le dijo a Tolosa que salga y ante la negativa le contestó “ya vas a ver”. El celador corrió a contárselo a sus superiores, los cuales volvieron a las 02:45 horas para pedirle a Tolosa que vaya a dar declaraciones sobre el incidente, pero con la experiencia que tenía ya sabía que eso era solamente para recibir palazos y estar en un calabozo durante días, a lo que contestó que no iba a salir. Tolosa no entendía esa manía permanente de los penitenciarios de provocar conflictos, pero sabía que a la mañana vendría la requisa a buscarlo. Así fue, nada más que una requisa mucho más violenta de lo habitual, por lo que los presos decidieron ejercer un desesperado acto de defensa. Lograron que la requisa (la cual se había convertido en una fuerza de choque) retroceda, pero los penitenciarios represores contestaron con gases lacrimógenos y vomitivos dentro del pabellón superpoblado y de poca ventilación. Los presos comenzaron a poner colchones entre los barrotes para que no ingresaran las bombas de gases o los efectos de estas e inmediatamente empezaron los disparos. En toda esta desesperación se inició un incendio y, los que tenían la responsabilidad de apagarlo, los penitenciarios, no lo hicieron y no permitieron que los gases salieran, por lo que algunos decidieron asomarse a las ventanas para poder respirar, pero fueron rematados de disparos por los policías que observaban desde afuera. El fuego avanzaba, avivado por los penitenciarios e iba consumiendo colchones. Los presos del pabellón de abajo se quejaban del calor del techo, mientras que los del de arriba tiraban baldes con agua para poder pisar el piso caliente. Quienes sobrevivían al fuego trataban de salir del pabellón, pero eran apaleados, si tenían suerte, a otros directamente les dispararon. Los sobrevivientes tenían quemaduras y heridas muy graves, por lo que fueron derivados al Instituto del Quemado, al Hospital Penitenciario y al Salaberry. La desesperación se extendió a los presos de los otros pabellones y a los familiares que esperaban afuera si les daban la triste noticia de los fallecidos. Los testigos que salvaron su vida vieron como lo sacaron a Tolosa de su celda y lo remataron de un disparo.
    La lista de fallecidos no tardó en aparecer, pero tampoco “la causa”. Inmediatamente los penitenciaron elevaron un informe aduciendo que habían logrado mitigar un motín. Con la complicidad de jueces, fiscales, secretarios, de turno, armaron una causa en base a las declaraciones contradictorias solamente de los policías. Nunca se preguntaron las razones del motín, si es que lo hubo o por qué la negativa de dejar ingresar a los bomberos si había un incendio.
    Pasaron décadas hasta que los sobrevivientes pudieron hablar.

    Masacre y delito de lesa humanidad

    La doctora Claudia Cesaroni, especialista en criminología, escribió el libro “Masacre en el Pabellón Séptimo”, motivada por la lectura del libro de Elías Neuman, quien además fue abogado de dos de las víctimas y por el libro “Los derechos humanos en el otro país”, de Daniel Barberis, preso en Devoto ese 14 de marzo, pero en otro pabellón.
    Junto pudieron reconstruir los hechos y entender que lo ocurrido ese 14 de marzo no fue un motín de presos, sino un delito de lesa humanidad perpetrado por el Servicio Penitenciario Federal dependiente de las Fuerzas Armadas.
    Claudia Cesaroni y su equipo, desde el Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos (CEPOC) lograron finalmente, en agosto del 2014, que el “Motín de los Colchones” sea considerado masacre y delito de lesa humanidad, de manera que se juzgue a los culpables. Además logró homenajear a las víctimas y esclarecer lo ocurrido para la paz de las familias de los sesenta y cuatro presos asesinados. Ya nunca más…
    Las víctimas de la Masacre en el Pabellón Séptimo se suman al conteo de las otras treinta mil víctimas del terrorismo de Estado en Argentina durante las décadas de 1970 y 1980.

    Fernando Barbarán
    Columnista en La Columna NOA
    Columnista en Radio Novgorod
    ferbarbaran@hotmail.com
    3875206852

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