jueves, septiembre 18, 2025
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    Editorial: Nuevos Anuncios, la Vieja Impuntualidad

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    En un país que anhela dejar atrás la decadencia y construir una nueva imagen, la puntualidad se presenta como un primer paso simbólico hacia una administración eficiente y comprometida. La capacidad de respetar los horarios no solo es una cuestión protocolar, sino un indicativo de seriedad y compromiso con la ciudadanía.

    La puntualidad, cualidad tan esquiva para la clase política, volvió a estar ausente en el nuevo gobierno nacional. ¿Es acaso la impuntualidad una tradición que se perpetúa independientemente del color político?

    En la tarde del martes 12 de diciembre, la expectativa inundaba las redacciones de todo el país. A las 17:00 horas, según fuentes oficiales, el flamante ministro de economía, Luis Caputo, iba a revelar el tan esperado paquete de medidas económicas que definiría el rumbo del nuevo gobierno argentino. Sin embargo, la puntualidad faltó a la cita.

    La promesa de transparencia, austeridad y cumplimiento de la palabra había resonado fuertemente en los discursos tanto de campaña como en la asunción presidencial. El presidente, con apenas dos días en el poder, afirmó que se acabarían los 100 años de decadencia en Argentina, marcando así el inicio de una nueva era. No obstante, el primer y crucial anuncio económico se veía empañado por la vieja impuntualidad que ha caracterizado a la clase política argentina.

    A las 17:00 horas, las cámaras de la prensa estaban listas, los periodistas expectantes y la sociedad pendiente de las decisiones que marcarían su futuro inmediato. Pero el reloj avanzaba y el ministro Caputo no aparecía. La incertidumbre se apoderaba de todos.

    En defensa del ministro Caputo y del nuevo gobierno, algunos podrían argumentar que la impuntualidad no es un mal exclusivo de este gobierno o de un líder en particular. Alberto Fernández, Mauricio Macri y Cristina Kirchner, predecesores en el poder, compartían esta misma conducta impuntual ante anuncios cruciales.

    La sociedad argentina, por su parte, parece dividida entre la expectativa de cambios profundos y la resignación ante una práctica que parece arraigada en la política nacional. La impuntualidad, más allá de ser un mero detalle logístico, puede ser interpretada como un símbolo de la falta de respeto por el tiempo de los ciudadanos.

    En un país que anhela dejar atrás la decadencia y construir una nueva imagen, la puntualidad se presenta como un primer paso simbólico hacia una administración eficiente y comprometida. La capacidad de respetar los horarios no solo es una cuestión protocolar, sino un indicativo de seriedad y compromiso con la ciudadanía.

    Mientras el nuevo gobierno busca marcar un nuevo rumbo para Argentina, la impuntualidad persiste como un lastre del pasado. La esperanza radica en que, al igual que otras malas costumbres, la puntualidad se imponga como un valor necesario para construir una administración transparente y eficaz.

     

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