La paralización de las obras viales en la provincia, sobre todo las rutas nacionales 9/34, 40 y 51, así como en el prometido nuevo puente de Vaqueros significan un grave perjuicio para Salta.
En tiempos en que el gobierno nacional exhibe indicadores alentadores en el plano macroeconómico —una baja en la inflación, la estabilización del dólar y la reducción del riesgo país—, pero en las calles la realidad es diferente: aumentan las personas bajo la línea de pobreza, el consumo se desploma y la productividad sigue en caída. Sin embargo, desde la Casa Rosada se insiste en que, para arreglar el desastre recibido, primero hay que ordenar la economía general para que, eventualmente, «lo micro» se vaya acomodando. Pero cabe cuestionarse, ¿cuánto tiempo puede esperar una provincia como Salta para ver mejoras?
Uno de los aspectos que más afecta el comercio, la industria y el desarrollo en nuestra región es la falta de infraestructura vial. Las obras necesarias para garantizar la conexión y el libre flujo de mercancías han quedado paralizadas. Las rutas nacionales 9/34, 40 y 51, que actúan como arterias vitales de nuestra economía, y el prometido nuevo puente en Vaqueros, esencial para mejorar la comunicación en el área metropolitana de Salta, son claros ejemplos de proyectos detenidos. Esta falta de infraestructura adecuada no solo entorpece el tráfico de bienes y servicios, sino que directamente obstaculiza cualquier esfuerzo serio de recuperación económica. Porque sin rutas, caminos o puentes, el libre comercio y el desarrollo no son más que ilusiones.
Es razonable, hasta cierto punto, entender el argumento del gobierno central sobre la necesidad de restaurar la macroeconomía antes de atender las demandas locales, pero en un país de dimensiones vastas y diversas como Argentina, dejar la infraestructura en el olvido tiene un costo altísimo. Cuando las promesas de reactivación económica se hagan realidad, si es que suceden, Argentina necesitará mucho más que buenos datos: hará falta una red de transporte en condiciones, puertos y caminos que faciliten el flujo de producción y consumo. Y esa es, sin duda, una tarea del Estado que puede ser recalibrada en función de las necesidades, pero no abandonada.
La parálisis de las obras en las rutas mencionadas y el puente de Vaqueros representan un menoscabo directo para los salteños, que ven en riesgo su capacidad de intercambiar y acceder a bienes y servicios. Nuestra provincia, en particular, depende en gran medida de estos caminos para conectarse con el resto del país y llevar su producción a los mercados. Por lo tanto, ante la narrativa oficial de que «no hay plata», se debería considerar al menos el mantenimiento básico de lo que ya tenemos. De otra forma, cuando finalmente llegue el ansiado crecimiento, puede que Salta y otras regiones se encuentren sin la infraestructura adecuada para sostenerlo.
Es cierto que las prioridades macroeconómicas son fundamentales en el contexto actual; sin embargo, los salteños no podemos permitir que esas decisiones comprometan nuestro desarrollo y bienestar. Estemos atentos y exigentes respecto a la continuidad de estas obras esenciales para el progreso económico y social de nuestra provincia, porque, como bien sabemos, sin infraestructura no hay (libre) comercio, y sin comercio, no hay futuro.