El caso de Tastil es particularmente alarmante. A pesar de su designación como Patrimonio Mundial, las actividades mineras han comenzado a abrir caminos con maquinaria pesada a tan solo 1.800 metros del Cerro El Duraznito, que alberga cerca de 1.900 grabados rupestres, y a 3.450 metros del poblado arqueológico
La provincia de Salta, con su riqueza cultural y arqueológica, representa un baluarte de la historia andina y un emblema de la identidad regional. Sin embargo, el estado actual de su patrimonio evidencia un preocupante abandono. La preservación de estos bienes, vital no solo para la historia local sino también para el turismo y la educación, ha sido relegada frente a otras prioridades gubernamentales.
El sitio arqueológico de Tastil, declarado Patrimonio Mundial hace más de una década, ilustra esta realidad. Pese a ciertos trabajos de conservación, carece de un plan de manejo integral y de infraestructura adecuada para recibir visitantes sin causar daños al lugar. Este es apenas un ejemplo de cómo las oportunidades de desarrollo responsable y sostenible se ven postergadas en una provincia que cuenta con tesoros como el Volcán Llullaillaco, el sitio arqueológico más alto del mundo, y los caminos prehispánicos que forman parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Una tormenta perfecta
En los últimos años, el crecimiento de la minería y las actividades extractivas, sumado al aumento demográfico en zonas sensibles, ha generado presiones sobre estos espacios patrimoniales. Paradójicamente, mientras estas actividades se expanden, los recursos destinados al cuidado del patrimonio se contraen. Los recortes presupuestarios al CONICET y a la investigación nacional, junto con la reducción del personal especializado en áreas clave, han configurado una situación crítica. En particular, los museos provinciales enfrentan asfixia financiera, limitando su capacidad para promover el conocimiento y la preservación de la historia salteña.
Además, el marco legal provincial queda rezagado respecto de otras provincias andinas. Actividades como la exploración minera pueden llevarse a cabo sin la presentación de informes de impacto arqueológico adecuados, y cuando estos informes se exigen, a menudo son elaborados por profesionales sin la formación necesaria en arqueología. Esto genera daños irreversibles en sitios de incalculable valor histórico y cultural.
Un caso paradigmático
El caso de Tastil es particularmente alarmante. A pesar de su designación como Patrimonio Mundial, las actividades mineras han comenzado a abrir caminos con maquinaria pesada a tan solo 1.800 metros del Cerro El Duraznito, que alberga cerca de 1.900 grabados rupestres, y a 3.450 metros del poblado arqueológico. Estas acciones, realizadas sin los permisos correspondientes, son un claro ejemplo de la falta de protección efectiva y de la desarticulación entre las declaraciones simbólicas y la acción gubernamental.
Una decisión urgente
El gobierno provincial tiene ante sí un desafío crucial. Debe definir si los sitios como Tastil serán preservados como parte del patrimonio cultural y aprovechados para fomentar la educación y el turismo responsable, o si serán sacrificados ante la expansión de la minería. Esta decisión no solo afectará el legado histórico de Salta, sino también su capacidad para generar un modelo de desarrollo que combine identidad, sostenibilidad y crecimiento económico.
Invertir en la protección del patrimonio cultural es una función esencial del Estado, y procrastinar en esta tarea no solo desatiende un deber histórico, sino que también pone en riesgo oportunidades únicas para posicionar a Salta en el panorama turístico y educativo global. El año 2025 debe marcar un punto de inflexión, donde las autoridades provinciales asuman la responsabilidad de proteger y valorizar el patrimonio como una prioridad irrenunciable.