La banda porteña llenó El Zumba para presentar su última placa Agua Ardiente. Fue una fiesta que incluyó blues, zapada y mucho baile.
Por Mariano Arancibia para Radio Dinamo.

Las expectativas en la previa del show eran altísimas y no era para menos: la banda llegaba por primera a vez a Salta con un presente muy auspicioso, que los llevó a participar de festivales en Guadalajara, México DF, Medellín y decenas de shows por toda la Argentina, Chile y Uruguay.
Como era de esperar el bar de calle Necochea estuvo colmado y para el momento en que se escucharon los primeros acordes de Huracanes se convirtió en un hervidero; buen tema de la reciente placa para empezar el recital que siguió con La Crecida, canción de su segundo disco, Gratitud. Pegado tocaron: El Viento, La Mirada y el singular groovero, Jugo. La banda se la notaba tranquila. No había ninguna valla entre el escenario y la gente que, si bien desde el principio estuvo al palo no pogueó pero si bailó, y uno que otro saltó en su lugar. Los temas siguieron pasando, entre los que se destacaron: Esa Luz, Mares, Las armas las carga el diablo y Jesús rima con cruz.

Ya dijimos que hacía calor. Pero no que respirar era un privilegio solo de los más altos. Para colmo, calmar la sed no era fácil: el baño casi no tenía agua (solo goteaba una canilla) y la cerveza costaba $ 200, toda una avivada del lugar que, seguramente, al saber que dos semanas antes las entradas habían volado remarcó el precio de la bebida etílica más buscada. Volviendo al recital, en la segunda parte, tocaron: El Gato, Perro viejo, Luna llena, Vamos a la luna, temas donde se cuelgan largamente zapando, logrando una atmosfera por demás flashera. Hasta ahí la banda ya se había metido el público al bolsillo que eufórico pedía más.
Amagan con irse pero vuelven con el blusero Negro chico, tal vez una de las canciones más festejadas; luego, suena el riff rocanrolero de Noches de Verano y cierran con la Rueda, un blues que bien podría sonar en una peli y cuya letra es un ensayo de crítica a la industria cultural. “La rueda que mueve al mundo va a girar y girar. Dinero, sangre, humo, eso la hace girar. La rueda alimenta a unos pocos. Para nosotros no hay más que palizas o entretenimientos. Para poder aguantar vamos a trabajar y después a comprar”, canta Prietto y la gente corea fuertemente. Para cerrar, ante el insistente pedido del publico, tocaron su hit Lo hecharon del bar, y todos más que contentos.
Los Espíritus ofrecieron un gran show con pasajes que oscilaron entre el blues, cuelgues psicodélicos, algo de funk, algo de folk y sonidos tribales que sí o sí funcionan en una fogata en el campo o en un galpón under. En el sexteto de La Paternal, claramente, se destaca Maxi Prietto que puntea, usa prolijamente el wa wa y canta con una voz aporteñada, que por momentos remite al pity cuando no estaba tan quemado. Lo acompaña Santiago Moraes con una guitarra acústica y su voz que en algunas canciones alcanza el primer plano. El resto de la banda suena ajustada, destacándose el juego de percusiones que invita a bailar, lo cual convierte en efectivo el estilo. A lo meramente musical se debe agregar la impronta de sus letras que combinan la prosa de arrabal, con algo de existencialismo e ideas sobre la naturaleza.
Su llegada a Salta fue una bocanada de aire fresco y se escucharon rumores sobre una posible vuelta en un lugar más grande.
Fotos: Matías Díez